miércoles, 7 de mayo de 2014

DEL TIEMPO

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DEL TIEMPO
Hay dos días en cada semana que no deben preocuparnos, dos días que no deben causarnos ni tormento ni miedo.
Uno es el ayer, con sus errores e inquietudes, con sus flaquezas y desvíos, con sus penas y tribulaciones; el ayer se marchó para siempre y está ya fuera de nuestro alcance.
Ni siquiera el poder de todo el oro del mundo podría devolvernos el ayer.
No podemos deshacer ninguna de las cosas que ayer hicimos; no podemos borrar ni una sola palabra de las que ayer dijimos.
Ayer se marchó para no volver.
El  otro día que no debe preocuparnos es el mañana, con sus posibles adversidades, dificultades y vicisitudes, con sus halagadoras promesas o lúgubres decepciones; el mañana está fuera de nuestro alcance inmediato.
Mañana saldrá el sol, ya para resplandecer en un cielo nítido o para esconderse tras densas nubes, pero saldrá.
Hasta que no salga no podremos disponer de mañana, porque todavía el mañana está por nacer. Sólo nos resta un día: hoy
Cualquier persona puede afrontar las refriegas de un solo día y mantenerse en paz.
Cuando agregamos las cargas de esas dos eternidades; el ayer y el mañana, es cuando caemos en la brega y nos inquietamos.
No son las cosas de hoy las que nos vuelvan locos.
Lo que nos enloquece y nos lanza al abismo, es el remordimiento o la amargura por algo que aconteció ayer y el miedo por lo que sucederá mañana.

De suerte que nos conformaremos con vivir un solo día a la vez para mantenernos saludables y felices.

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